miércoles, 16 de agosto de 2023

Cayey de Muesas: una mirada a su historia de Villa a Ciudad, en sus doscientos cincuenta años de fundación

Por: Dr. Alexis O. Tirado Rivera
        Facultad Adjunto
        Universidad Interamericana de Puerto Rico
        Recinto de Guayama

(Nota del autor: este ensayo, originalmente, es producto de un mensaje ofrecido el sábado, 16 de septiembre de 2017, ante la matrícula de la Sociedad Internacional de Educadoras Capítulo Beta Delta Kappa Gama de Cayey.)

Este año Cayey de Muesas celebra sus doscientos cincuenta años de fundación.  Autorizado la misma en agosto de 1773, en el último tramo del siglo XVIII, ha sido la ciudad un referente importante en el desarrollo del Puerto Rico moderno.  Máxime cuando conserva la esencia del ser puertorriqueño, en sus verdes colinas y montañas, sus vegas y sus ríos; su niebla en la madrugada, y su clima fresco durante gran parte del año, hacen de Cayey un sitio único y especial en estos doscientos cincuenta años de historia forjada por su gente.

Cayey desde la 15. Foto del autor, febrero 2018.

En la historiografía cayeyana, dos importantes textos que, a mi juicio, recogen gran parte del acontecer cayeyano; estos son el que lleva por título: Historia de Cayey, del profesor español y catedrático de nuestra universidad, Dr. Pío López Martínez, y la obra del recientemente fallecido, Dr. Fernando Picó, titulado: Cayeyanos: familias y solidaridades en la historia de Cayey.  Ambos recogen con gran sentido de responsabilidad los acontecimientos históricos de esta ciudad, desde distintas vertientes y líneas de pensamiento historiográficas.  Los dos recursos son imprescindibles para conocer, en primera instancia, esa historia de esta ciudad.  Vamos entonces a darle una mirada histórica al devenir histórica de esta ciudad.

    Cayey, de acuerdo con la documentación, fue fundado el 17 de agosto de 1773.  Un grupo de residentes de esta comarca centro- oriental de la Isla, decidieron solicitarle al gobernador, Miguel de Muesas, el permiso para practicar el deslinde de un pequeño poblado que, para ese entonces, era un gran valle dedicado a la crianza de ganado vacuno, caballar y mular.  Es decir, el hato de Cayey.  Dicha petición fue suscrita a nombre de los pocos pobladores por don Juan de Mata Vázquez.  Este último, se le considera como el principal fundador del poblado y primer regidor municipal del valle.  No obstante, los pobladores del Cayey primitivo permitieron que el nombre del poblado se le denominase como “Muesas”, en honor al gobernador que autorizó la fundación de la villa de Cayey.  De hecho, Cayey, es el único municipio de los fundados en la época de España que lleve un apellido de un gobernador: Cayey de Muesas.

    El gobernador de Muesas, para nuestra historia, es un personaje sumamente importante.  Cuando este llega a Puerto Rico a inicios de la década del 70 del siglo XVIII, tendría como función principal el poner en marcha las reformas que estaban siendo promulgadas por el rey Carlos III, a recomendación de un enviado de la Corona en la década anterior, me refiero a Alejandro O’ Reilly.  No es de extrañar que Muesas haya accedido a la petición de los vecinos aquel verano de 1773, ya que la política de la Corona dispuesta en la Real Cédula de Gracias de 1771 era la de utilizar todos los medios posibles para aumentar la población de la Isla que, para el momento de fundarse el poblado de Cayey de Muesas, contaba con una población total de 70,250 habitantes, distribuidos en poco más de doce poblados.

Cayey. Febrero 2018
    

    La política del gobernador Muesas era la de dirigir la Isla a hacerla una donde la Corona española pudiera obtener ingresos, y a la vez, redujera el gran problema del contrabando.  No obstante, había que comenzar a poblar el interior de Puerto Rico.  Para 1765, de acuerdo al censo de O’Reilly, era Utuado el único pueblo del centro de la Isla.  En esta gesta del poblamiento de interior de esta Isla, Cayey, sin lugar a dudas, sería uno de los pioneros.  De hecho, durante la gobernación de Muesas, este pudo autorizaron, aparte de Cayey, la fundación de otros seis poblados, siendo estos: Vega, Rincón, Cabo Rojo, Moca, Cangrejos y Aguadilla.

    La realidad socioeconómica de aquel pequeño poblado en el extremo centro oriental de Puerto Rico en 1773, era de una presencia de 32 vecinos, quienes vivían en sus haciendas en los entornos del poblado.[1]  En el centro del pequeño poblado había al parecer 3 ó 4 casas con una pequeña iglesia que atendía el pasto espiritual de aquellos vecinos locales.  De hecho, la advocación religiosa al fundarse el pueblo era hacia la virgen de la Asunción.

En el año de 1778, se publicó una de las primeras obras historiográficas que aborda el acontecer de nuestra Isla, hasta el siglo XVIII.  Me refiero a la importante obra del fraile benedictino, Iñigo Abbad y Lasierra, que, para la historia de Cayey, viene hacer el primer documento que enmarcaba aquel pequeño poblado.  En primer término, sobresale en la lectura la cercanía que tiene Cayey con Guayama que, de acuerdo al cronista, distaba seis leguas.  Veamos lo que decía Abbad y Lasierra, apenas a cinco años de la fundación de Cayey de Muesas:

Una pequeña iglesia con seis ó siete casas en su circunferencia forman esta aldea que llaman el Cayey de Muesas.  Los demás vecinos que le pertenecen hasta el numero de 48 con 302 almas, viven en sus haciendas que ocupan un hermoso valle, de temperamento fresco y saludable, son muy buenas tierras para todos frutos, aunque apenas cultivan más de los precisos para subsistencia, dedicándose á la cría de ganados, según se acostumbra en toda la isla.[2]

 

     De acuerdo al censo poblacional del año 1776, Cayey de Muesas, contaba con una población total de 748 habitantes[3], donde se puede notar un incremento interesante en la cantidad de pobladores comparado con lo informado al momento de la fundación del pueblo en 1773.

    Es interesante anotar, que de las observaciones que hace en su libro el Secretario del Obispo para 1776, era que el lugar donde se estableció el poblado de Cayey, la vegetación era abundante, y con árboles de todo tipo, siendo muy bueno, además, para la explotación maderera.  Para 1776, aparte del ganado, florecía la explotación de la malagueta, pimienta de tabasco, y que al parecer era abundante y de los mejores en toda la Isla.  Como parte de la composición social del poblado de Cayey de Muesas, cabe destacar la presencia de 108 esclavos, entre hombres y mujeres.  En este informe censal de 1776, se informaba que había 52 haciendas, entre estancias para un total de 38 y de 14 hatos.  Esta cantidad de hatos, aunque mínima, es interesante destacarla, ya que la cantidad de cabezas de ganado tanto menor, mular, vacuno y caballar rondaba los 2,386 cabezas, dejando buenas ganancias a los hateros cayeyanos.

    En el renglón de la agricultura que establece el censo de 1776, y reproducido por Abbad en su obra, cabe destacar que los primeros pobladores del Valle de Cayey mantuvieron interés por las siembras de café y algodón, ya que se identificaron 1,950 palitos de café y 1,790 palos de algodón en esta jurisdicción.

  Por tanto, es de suponer que la gente del Cayey de Muesas primitivo aportaron a la economía de la Isla, por vía de las siembras de café y del algodón, entre otras siembras importantes que eran aptas por lo fértil del terreno cayeyano.  Aunque la economía hatera fue sumamente importante en el desarrollo de las primeras comunidades de este pueblo.  Cabe destacar, que los primeros pobladores de Cayey fueron personas provenientes de partidos municipales cercanos, como era el caso del de Guayama.  Se han identificados, por ejemplo, a la familia Vázquez[4], entre otros, que subieron la cuesta para ubicarse en Cayey por el asunto del trabajo en la ganadería, ya que había suficientes pastos para atender sus reses.  Además, hay que señalar, que otras familias bajaron al llano guayamés, tal fue el caso de la matriarca de los Cautiño quien era natural de Cayey.

    Ese último cuarto del siglo XVIII en esta población fue importante para el ulterior desarrollo como pueblo, que luchaba por salir hacia adelante.  De hecho, la economía hatera, ciertamente, y a juzgar por la documentación, no fue suficiente para mantener a la población.  Por eso los cayeyanos primitivos tuvieron que entonces buscar otras fuentes de sustento, más allá de la ganadería para poder subsistir.  Un visitante de finales del siglo XVIII, el francés André Pierré Ledrú, informaba que la producción del Cayey de Muesas para 1797, consistía de arroz, maíz, café y malagueta, aunque reconocía al ganado como el renglón de mayor exportación al extranjero.[5]  Sobre este punto, destaco que nuestra historiografía ha recogido abundante documentación en cuanto a la extraordinaria economía que se movía alrededor del contrabando, que era impulsado mayormente por la crianza de ganado vacuno, de ahí es la que en algunas instancias de dicho siglo, los gobernadores se quejaban del problema del contrabando.  Pienso que muchos hateros de Cayey exportaron su producción ganadera especialmente para satisfacer los mercados caribeños, en un periodo de grandes conflictos europeos que mantenían al Caribe como centro de operaciones de guerra.  Es muy probable, entonces, que los cayeyanos hateros utilizaran los puertos de Guayama para el embarque de ganado y desembarque de productos necesarios para su diario vivir.

    Esto a su vez, me lleva a plantear un asunto que fue vital en el desarrollo de este municipio: el de las vías de comunicaciones hacia Cayey.

    Desde los orígenes de este partido municipal, si bien es cierto que estuvo vinculado administrativamente al Partido de Coamo, la realidad de los habitantes de este poblado era otra.  El territorio de Cayey, al estar aislado de San Juan, buscó las maneras de transformar su realidad.  La única opción que tuvieron los cayeyanos, fue el de entrar en contactos con la gente de Guayama, su vecino más próximo hacia el sur.

    Ciertamente, el desarrollo como municipio ha estado de la mano de las buenas vías de accesos al territorio, es decir, el contar con buenas carreteras.  Durante el siglo XIX, los cayeyanos pidieron la atención a las autoridades para contar con buenos accesos a la localidad.  Si observamos la topografía cayeyana, el municipio es un inmenso valle, rodeado de montañas, ríos y bosques, que le daba el aspecto de quedar en un hoyo.  Supongo que, para llegar a Caguas, en el siglo XIX, era una verdadera odisea, y ni se diga a Coamo, y mucho menos hacia Guayama.  Es por ello, que cuando se pidió la independencia del Partido de Coamo en 1773, lo hacían consciente los pobladores de lo que ello representaba para su nuevo poblado.  Su preocupación legítima, era el de poder contar con un camino, que les ayudase a llegar al puerto marítimo más cercano para embarcar su producción agrícola. 

    Desde 1823, el gobernador Miguel de la Torre, dejó establecido el interés de los pobladores de Cayey, con el propósito que tuviesen un camino que los condujera a Guayama.  A Guayama era al parecer la consigna.  Aunque en el interín se diseñó un proyecto de gran magnitud que vendría a atender las necesidades apremiantes de esta comunidad, como lo era el asunto de la futura carretera central.  No obstante, la fijación de la gente de Cayey fue en todo momento hacia Guayama, aunque la carretera central les conectaría con el puerto de Ponce y el puerto de San Juan.

  No era para menos.  En 1826, se ha constatado por la documentación que la producción agrícola de Cayey, se basaba en la producción agrícola de café, arroz, plátanos y unas siembras de caña de azúcar con 35 cuerdas.  Resulta interesante este dato, ya que la siembra de la caña de azúcar, que era un producto costero para la época, se haya insertado en la economía cayeyana.  La de tabaco sería más tarde.  Por eso, la carretera o el camino hacia Guayama sería la que motive el interés de los cayeyanos en tener un camino que le comunicara a la ciudad más importante de la región. 

    En un interesante documento redactado por el alcalde de Cayey, Sebastián Colón en 1853, aludía al hecho de que los agricultores y campesinos pobres reconocían a Guayama, como el lugar más idóneo para establecer intereses comerciales en la región.  Decía el Alcalde en su informe de 1853:

[…] y con tanta abundancia que los pobres que viven en los barrios cercanos al Pueblo o Partido de Guayama, casi se mantienen de éste último donde les llevan por tener bastante estipendio, a causa de su población rica.[6]

 

El propio Alcalde de Cayey en 1853, señalaba que, como parte de la propuesta del camino a Guayama, había dos posibles rutas: o por Carite o por Jájome, de tal manera que llegase al camino de Palmas.[7]  Cabe destacar que el objetivo era fomentar tanto la agricultura como el comercio de la zona más alta de Cayey.  Sin lugar a dudas, el camino más apto era por el de Jájome por las cercanías a Palmas en Guayama, y en términos económicos, más cercano a la realidad.   

   No obstante, las autoridades militares españolas, al parecer, iban en otra dirección a los intereses de los cayeyanos.  Hacia el año 1875, las autoridades del gobierno central de la Isla, decidieron ordenar la construcción de lo que se conocería como la Carretera Central, que conectaría a San Juan con Ponce pasando por Cayey y Aibonito.  Sin embargo, no fue hasta entrada la década del 90 del siglo XIX, donde se comenzaría a construir la tan ansiada carretera que conectaría a Cayey con el puerto de Arroyo pasando por Guayama.  La carretera que llevaría el número 4, sería por mucho tiempo, la carretera principal por la que cayeyanos y guayameses utilizarían para comunicar a ambos municipios; la gente de Guayama se conectaría con Caguas y San Juan vía Cayey, y los agricultores de la altura de Cayey, podrían llevar sus productos a Guayama y embarcar parte del mismo por el puerto de Arroyo.  La carretera se completó en 1897 siendo la última carretera en ser construida por el Gobierno de España en Puerto Rico y en sus posesiones de América.

La autopista San Juan a Ponce por Cayey. Foto febrero de 2018.
    

Es interesante notar que para un municipio como el de Cayey, su preocupación durante la segunda mitad del siglo XIX, lo era la carretera.  Sentían los habitantes de este municipio, el aislamiento que suponía la localización geográfica respecto a los centros económicos y gubernamentales de la Isla.  A pesar de que, al iniciar la última década del siglo XIX en Puerto Rico, se había completado la Carretera Central.  Uno de los ingenieros a cargo de la construcción de la Carretera Central, Manuel López Buyo, escribiría en 1875, en los documentos de dicha obra pública, lo siguiente respecto al valor estratégico que tendría Cayey para propósitos militares:

[…] es el pueblo más importante de toda esta zona, se haya situado próximamente en su centro y en comunicación directa con todos los pueblos que lo rodean y a las que un destacamento fijo en Cayey podría prestar fácil y pronto socorro viniendo así a ser la llave de esta parte de la comarca y teniendo al mismo tiempo fácil comunicación con la capital, que es la plaza fuerte de la Isla y a la par su depósito de víveres y municiones.[8]

 

    La carretera de Cayey a Arroyo por Guayama, se convirtió en uno de los lugares más pintorescos de la región.  Pero, no solamente fue la carretera que dio acceso al Guayama azucarero y comercial de gran importancia, sino que también se convirtió en ese lugar idílico en las montañas con temperaturas frescas y agradables todo el año.  De hecho, se recuerda a las orillas de la carretera a Cayey desde Guayama, donde familias prominentes de Guayama, construyeron grandes casas veraniegas, con el propósito de huir del sofocante calor de la ciudad del sureste de Puerto Rico.  Y hasta para pasar el invierno, que allí se celebraba al son de la música y comida típica que los vecinos de la carretera prestaban sus servicios a estas familias.  Miguel Meléndez Muñoz, nuestro gran escritor costumbrista cayeyano, escribió en una ocasión sobre la carretera de la siguiente manera:

El clima de esta región, de eterno invierno tropical, es uno de sus más fuertes atractivos.  A orillas de la carretera y por la zona que atraviesa el monte “El Torito” se han construido verdaderos palacios veraniegos.[9]

Como he señalado anteriormente, los deseos de cayeyanos en comunicarse con Guayama, era vital para su desarrollo; sin embargo, para los guayameses, la carretera representó la vía de comunicación más efectiva para sus intereses comerciales con San Juan.  Fue así hasta que se construyó la Autopista Las Américas bien entrado el pasado siglo veinte.  El desarrollo industrial y comercial de Guayama, estuvo atado a que dicha carretera hacia Cayey, estuviera en óptimas condiciones.  Incluso les comento, que los guayameses hasta en un momento dado pedían que la carretera hacia Cayey, se le enderezara la curvas para que transitara por ella los inversionistas y los camiones que llevarían la materia prima a las nacientes fábricas a mediados del pasado siglo.  Si durante el siglo XIX fue la obra y concepción de la gente de la altura de Cayey para sacar su producción agraria a través del puerto de Arroyo, para Guayama representaba el progreso de la ciudad y su comunicación con San Juan. 

Un dato muy interesante que no se debe pasar por alto, es la gran cantidad de pobladores que contaba Cayey al momento de cerrar el siglo XIX.  De acuerdo al censo de poblacional de 1899, los habitantes de Cayey de Muesas era mucho más que la población de Guayama.  El municipio contaba con 14,442 habitantes, mientras que el municipio de Guayama tenía 12,749 habitantes, una mayoría de 1,693 pobladores.[10]

El mismo nos resulta de particular interés, ya que cuando se analizan otros renglones del mismo censo poblacional, la cantidad que se desconocía ocupación alguna, ascendía en Cayey a 9,578 personas, mucho más de la mitad de los pobladores de aquellas 14,442 almas que vivían en esta comarca municipal.  Sin embargo, al momento de la invasión estadounidense a Puerto Rico, el número de fincas en Cayey de Muesas era de 561, lo que representaba alrededor de 10,758 cuerdas de terrenos al parecer cultivadas.[11]

Al iniciar el siglo XX, la municipalidad cayeyana era una con unos niveles de pobreza altos; todos los municipios tenían el mismo común denominador, pero el de Cayey, sin lugar a dudas superaba.  El azote del huracán San Ciriaco, en agosto de 1899, destruyó gran parte de la infraestructura levantada hasta entonces, a parte, que acabó de cantazo, con la gran producción cafetalera en la montaña de Cayey.  De hecho, a consecuencia del paso de aquel poderoso huracán, murieron 45 personas solamente en este municipio.

Al sufrir la agricultura que se cosechaba en la altura de esta ciudad unas pérdidas extraordinarias, a consecuencias del huracán, avanzó en el panorama económico cayeyano, la siembra de tabaco se convirtió en el renglón agrícola y económico principal de la municipalidad en las primeras cinco décadas del pasado siglo XX.  Dicha siembra cambió de manera significativa el panorama comercial y económico de la ciudad.  Del ganado al café, y de ahí al tabaco, representando un gran reto a la comunidad cayeyana.

Para el año 1910, Cayey contaba con al menos seis fábricas dedicadas a la producción de productos derivados del tabaco, como los cigarros, que generaban una gran cantidad de empleos, tanto en su fase de siembra y la fabril.  Esta producción hizo que se establecieran, eventualmente, una de las mayores fábricas dedicadas al procesamiento de dicha hoja.  Por un lado, la formación en la década del 30 del pasado siglo, de una cooperativa de tabacaleros, generó una actividad económica importante para la ciudad, al extremo que se llegaron a construir uno de los almacenes más grande para el procesamiento de la hoja en toda la región.  Por otro lado, la llegada de la Consolidated Cigar Corporation, en la misma mitad del pasado siglo, incorporó nuevas técnicas para el procesamiento de la hoja a nivel industrial, al establecerse en un edificio enorme de 540 mil pies cuadrados construido por la Compañía de Fomento Industrial de Puerto Rico.[12]  Esta moderna fábrica llegó, incluso, a emplear cerca de tres mil trabajadores de toda la región que llegaban a Cayey a laborar en la empresa.  Cabe destacar que la producción tabacalera en Cayey, llevó, además, al establecimiento de pequeñas empresas familiares que se dedicaban al trabajo del secado y posterior despalillado.  Toda la familia se involucraba en la misma obteniendo ingresos, aunque no tan remunerados, pero que al menos le aliviaban su situación económica, dentro de un panorama económico ciertamente difícil.  La tierra cayeyana se convirtió en una gran finca productora de tabaco.

Del espíritu empresarial de aquella cooperativa de tabaqueros, saldría la importancia que tendría esta ciudad para insertarse en los procesos de industrialización a partir de 1947.  A la ciudad, llegaron empresas- fábricas- que forjaron sueños y esperanzas de muchos cayeyanos para salir de la pobreza extrema, al mismo tiempo, que contribuyó al crecimiento económico y poblacional de esta ciudad.  Fábricas como la Gordon Shire, la Plata Glove y Rico Glove Corporation dedicados a la fabricación de guantes de mujer, la Playmaster, dedicada a la fabricación de bolas de béisbol, la Uniforms, Inc., dedicada a la fabricación de uniformes para enfermeras, y Lumica, Inc., dedicada a la fabricación de uniformes de todo tipo, fueron las que en su tiempo generaron una gran cantidad de empleos y contribuyeron a mantener el crecimiento de la ciudad.

Cayey. Foto diciembre de 2017.

Cayey llegó a contar con más fábricas que su vecino del sur de Jájome.  Inclusive, en la rama comercial y, ciertamente, producto de aquel despunte económico de los cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, se llegó a fundar una de las cadenas de muebles más importantes del país en los tiempos de la industrialización y el crecimiento acelerado de nuestra economía. 

Además de la agricultura tabacalera, las tierras cayeyanas se convirtieron en tierras azucareras.  Cientos de cuerdas fueron sembradas de caña de azúcar, para satisfacer las necesidades de la Central Azucarera de Cayey, que generó riquezas a la población.  Aunque la siembra de la caña de azúcar no utilizó grandes extensiones de tierras en la ciudad, al menos fue interesante que la misma compartiera local con la producción de tabaco.  Podemos decir que la economía de Puerto Rico en los siglos XIX y XX, representado en la caña de azúcar, tabaco y café, se reflejó fielmente en esta ciudad, siendo uno de esos pocos pueblos que pudo mantener una economía completa.  La Central tuvo su última molienda el 31 de agosto de 1967, dejando sin empleos a más de un centenar de trabajadores en las fases agrícola y fabril.[13]  De hecho, al momento del cierre había molido más de 150 mil toneladas de caña de azúcar, esto hace cincuenta años.   

La modernidad cayeyana está vinculada, a mi juicio, a tres elementos que podemos destacar a esa ciudad moderna que es Cayey.  El shopin, la autopista y la universidad.  El recinto de Cayey de la Universidad de Puerto Rico, fue fundado hace exactamente 50 años, en lo que había sido el campamento militar estadounidense Henry Barracks.  En un tiempo, el imaginario cayeyano pensaba que Barracks era el apellido de Henry, pero poco a poco fueron dándose cuenta que más allá de los portones principales del Henry Barracks, había un mundo de posibilidades que hoy disfrutan tanto cayeyanos como de pueblos vecinos y distantes.  Lo que es hoy la Universidad de Puerto Rico en Cayey, fue creación de los pobres de Cayey, de la gente de clase media, que se forjaban en las fábricas promovidas por Fomento Industrial y que buscaban que sus hijos tuvieran un lugar para educarse, cerca de sus casas y familias.  Lograron que este enorme espacio se convirtiera en ese anhelado lugar. 

El alcalde de Cayey para ese momento el Lcdo. Rafael Coca Navas, describía en el anuario de las Fiestas Patronales de 1966, a ese espacio de la siguiente manera:

El clima de Cayey y las facilidades del campamento, permiten una ubicación ideal para un centro de enseñanza superior.  Pero toca a todos los cayeyanos unir esfuerzos y aportar al máximo de nuestras energías para realizar el sueño que tantas generaciones de cayeyanos han deseado, sin poder ver su realización.[14]

 

Personas prominentes de esta comunidad como Miguel Meléndez Muñoz, Víctor M. Pons Gil, entre otros, lideraron los esfuerzos por dotar a la región de una universidad que formara parte de la Universidad de Puerto Rico; quedando así consignado en los documentos de traspaso del campamento militar Henry Barracks, hace cincuenta años.

Comenté el shoping, fue y es ese lugar de encuentro del cayeyano moderno, industrial y universitario; igual referencia como lo fue McDonalds a la entrada de Cayey al bajar la autopista.  Pero el shoping fue el lugar de reunión para luego trasladarse a los teatros de dos salas modernas que operó hasta principios del presente siglo.  Y la autopista, fue el proyecto que acortó las distancias entre Ponce y San Juan con el resto de la Isla.  No estoy muy seguro que los cayeyanos anhelaran tanto esa vía de comunicación terrestre, igual que sus antepasados anhelaban la carretera a Guayama para su desarrollo agrícola.  Sin embargo, la autopista en gran medida ha sido importante para el crecimiento de la ciudad.  Contribuyó a su economía de ciertas maneras.  Ahí está, no aisló a Cayey, al contrario, la hizo presente, como había sido la Carretera Central y la carretera hacia Arroyo por Guayama, y la han sabido utilizar al máximo.

UPR Cayey desde la 15. Febrero de 2018.

    Pienso que la historia de esta ciudad de Cayey es una rica en afirmaciones puertorriqueñistas y, sobre todo, muy local.  El cayeyano es muy regionalista y defiende lo suyo.  Ese sentir es precisamente producto de un pueblo que ha sabido superar sus escollos naturales que le representaba su aislamiento desde sus inicios en el siglo XVIII.

Los invito a que sean partícipes de esta historia cayeyana; que valoren su historia colectiva y lo que ello representa.  Cayey fue y sigue siendo producto de la propia gente; es la historia de todo aquel que nació en, pero que también, de aquellos que no nacieron en Cayey, contribuyen en la creación de una memoria colectiva enteramente local.  De eso se trata la historia de esta ciudad que pasó del hato a una que se mueve al ritmo del tiempo.



[1] Pío López Martínez, Historia de Cayey. San Juan, Puerto Rico: Cooperativa Romualdo Real, 1972, p. 30.

[2] Fray Iñigo Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico: Editorial Doce Calles y Centro de Investigaciones Históricas, 2002, p. 297. (Edición Fascimilar)

[3] Ibid., pp. 366- 367.

[4] Fernando Picó, Cayeyanos: Familias y solidaridades. San Juan: Ediciones Huracán, 2007, p. 18.

[5] André Pierré Ledrú, Viaje a la isla de Puerto Rico en 1797. Río Piedras, Puerto Rico: Instituto de Literatura Puertorriqueña y Universidad de Puerto Rico, 1967, pp. 120- 121.

[6] “Documento suscrito por el alcalde Sebastián Colón en 1853.” En: Pío López Martínez, op. cit., p. 106.

[7] Ibid., p. 136.

[8] Pío López Martínez, op cit., pp. 140- 141.

[9] Citado en: Pío López Martínez, op. cit., p. 142.

[10] United States War Department. Informe sobre el censo de Puerto Rico, 1899. Washington, D.C.: U.S. Government Print, 1900.

[11] Ibid.

[12] Pío López Martínez, op. cit., p. 128.

[13] El Mundo, 31 de Agosto de 1967, p. 1.

[14] Gobierno Municipal de Cayey. Anuario de las Fiestas Patronales en honor a la Virgen de la Asunción. Agosto de 1966.

domingo, 10 de julio de 2022

Los treinta años de la Zona Histórica de Guayama

        El 10 de julio de 1992, hace hoy treinta años, la Junta de Planificación de Puerto Rico, aprobó la Resolución JP- H- 4, proclamando la Zona Histórica de Guayama.  Esta designaba la zona que sería protegida en el centro urbano histórico de la ciudad.  De acuerdo a las leyes y reglamentos pertinentes, se debía pasar por una serie de requisitos para tal denominación.  La idea de desarrollar una Zona Histórica en Guayama, surgió de los trabajos académicos de la arquitecta, Diana Luna Serbiá, quien entonces, presentó el proyecto al alcalde de Guayama, Héctor Luis Colón Mendoza.  Todos estos trámites, comenzaron a andar gracias a la aprobación de la Ordenanza Municipal 41 del 29 de abril de 1988. 

       El estilo urbanístico de la ciudad de Guayama, tal y como lo conocemos hoy, es único en todo Puerto Rico.  La ciudad moderna que conocemos, se concibió hace más de un siglo y medio, luego de que un voraz incendio ocurrido el día 11 de abril de 1832, destruyera gran parte de la antigua ciudad hasta ese momento.  El incendio acabó con 57 casas y 9 bohíos, dejando unas pérdidas materiales que se calculó en aquel momento en más de 80,599 pesos.[1]  Fueron residencias de familias y pequeños chinchorros que sufrieron aquella vorágine, que comenzó en una casa propiedad de don Francisco A. Ortiz, y que los vientos que soplaban en dirección sureste, se extendió rápidamente hacia diversos lugares de aquel pequeño centro urbano para el año 1832.

        


        

        De aquella experiencia, nada agradable, los vecinos de la ciudad en unión a las autoridades municipales, decidieron llevar a cabo el proceso de reconstruir la ciudad.  Sin embargo, suponemos que aquella reconstrucción, tendría como objetivo el evitar que situaciones como las del 11 de abril de 1832, se volviera a repetir.  Tomaron las medidas necesarias, siguiendo las previsiones y el buen juicio para llevar a cabo tal labor reconstructiva de la ciudad. 

        Cabe destacar un dato que de por si es interesante; apenas cinco años antes, en 1827, el Cabildo Municipal de Guayama, acordaba en una de sus sesiones legislativas, el dotar a la ciudad de un nuevo templo para el culto católico, que sustituyera la ermita que, según el cabildo, se encontraba en ruinas.[2]  No fue hasta el año de 1830 cuando se firmaron los contratos con el arquitecto Tomás Quingle, para dar inicio a las obras de construcción que, según sabemos, tardaron más de cuarenta años en completarse tal y como lo conocemos en el día de hoy.[3]

        Traigo este detalle de la construcción del templo parroquial, con el propósito de ilustrar el interés de los regidores municipales en dotar a la ciudad de un moderno edificio para el culto católico.  Sucedió, pues, lo del incendio de 1832, y se tomó la decisión de planificar la ciudad.  En mi libro Historia de una ciudad: Guayama, 1898- 1930, sostengo que aquella planificación de la ciudad de Guayama, en la década del 30 del siglo XIX, se tomaron en consideración varios factores que eran necesarios al momento de llevar a cabo la misma.  Entre estas destaco en mi libro las regulaciones que había establecido la Corona Española en las Leyes de Indias, específicamente la Ordenanza de Población de 1573, donde en su Libro IV, Título 7, las leyes IX, X y XII, señalaba el trazado de las nuevas ciudades que estaban siendo pobladas en el tiempo de la colonización española en los territorios de América.  Aquella Ordenanza de 1573, disponía que en el caso de la Plaza Mayor (plaza pública o recreo) debería ser en "quadros, prolongada… y que las quatro esquinas (lados) mire a los quatro vientos principales."[4] 

        No obstante, como nos señala el ensayo titulado “Los orígenes del modelo urbano en Hispanoamérica”, en la Agenda Cultural 2017: Los bienes culturales y ambientales de Puerto Rico, en la tradición occidental encontramos tanto a los griegos como a los romanos siendo los originadores de un trazado urbano que respondía a las necesidades particulares de organizar la ciudad, por parte de los griegos, y de darle una capacidad mucho más accesible y cómoda a los campamentos militares por parte de los romanos.  Ambas culturas desarrollaron el concepto urbanístico girando alrededor de sus instituciones fundamentales como lo era: el foro, los templos, la curia y la basílica.[5]  Ese trazado sirvió de ejemplo a las sociedades occidentales subsiguientes en la planificación de sus ciudades.

        Aunque la planificación del centro urbano de Guayama corresponde al siglo XIX, ciertamente, la ciudad se planificó siguiendo aquellas disposiciones de las Leyes de Indias; más aún, hicieron de Guayama una de las ciudades mejor planificadas de Puerto Rico.  La "cuadrícula", o como le llamo también el "tablero de ajedrez", es hoy día la más espectacular que tenga una ciudad en Puerto Rico.  Si hacemos un viaje imaginario por esa cuadrícula, de norte a sur y de este a oeste, podemos darnos cuenta de aquel celo y cuidado que tuvieron los administradores municipales de los siglos XIX y XX en mantener la misma.

        De hecho, la cuadrícula que representa la ciudad, se diseñó tomando como punto de referencia tanto la Iglesia como la Plaza.  De acuerdo al arquitecto Marvin S. Marvel, en su libro Arquitectura de templos parroquiales en Puerto Rico, señala que muchos de:

Los pueblos de Puerto Rico reflejan el esquema básico establecido en aquellas leyes de Indias que son sus calles rectas que forman manzanas (bloques) rectangulares, una de las cuales se destinaba para la plaza.  Alrededor de esta plaza se dispone los edificios públicos de mayor importancia, como lo era la alcaldía, la iglesia, así como el mercado.  Esta área funciona como el corazón del pueblo, reuniendo así actividades religiosas y seculares de sus vecinos.[6]

 

        De hecho, tratadistas italianos del siglo XVI, señalaban la importancia de que la Iglesia se mantuviera aislada del resto de los edificios públicos en aquel trazado, y, que, a la misma vez, fuese elevada, de tal manera, que el edificio fuese el que sobresaliera al resto de las estructuras y de la propia plaza.[7]  Si vemos el caso de la Iglesia de Guayama, esta sobresale al resto de las estructuras que sitan en la ciudad.  Por lo menos, su cúpula y sus torres, son visibles a la distancia desde cualquier punto de entrada a la ciudad.  Al mismo tiempo que el ábside se construyó mirando hacia el este y su entrada principal al oeste.[8]

        Si observamos la cuadrícula podemos darnos cuenta de lo meticuloso que fueron las autoridades municipales en la planificación de la ciudad en el siglo XIX.  Partiendo de la Iglesia y la plaza hacia el oeste y los cuadrantes sur y norte podemos observar que se forma una cruz que se sostiene por el cuadrante suroeste.  Todas las manzanas paralelas desde la plaza e iglesia hacia el oeste tienen la misma dimensión, al igual que hacia los cuadrantes norte y sur de la plaza e iglesia.  Solamente rompe el esquema de la cuadrícula la parte oriental, donde hoy día se levanta un residencial público.  El resto de las cuadrículas hacia el noroeste, suroeste y sureste de la ciudad tienen también las mismas dimensiones, pero más pequeñas.

        No es de extrañarnos que los funcionarios municipales, después del fuego de 1832, hayan realizado aquella planificación tomando como base, además, la prosperidad económica que experimentó la ciudad durante el siglo XIX.  También debemos añadir el aumento poblacional que acompañó aquella prosperidad, y que necesitaban darle el espacio necesario para aquellos habitantes en pleno crecimiento.  En mi libro, en su capítulo primero, sostengo la gran cantidad de haciendas azucareras que se establecieron en la ciudad luego de la promulgación de la Real Cédula de Gracias de 1815.  Aquel decreto del rey Fernando VII, propició en la Isla un desarrollo económico y social sin precedentes hasta ese momento.  Muchos intereses europeos y caribeños llegaron a nuestras playas e invirtieron su capital; la ciudad de Guayama fue uno de esos lugares donde franceses, corsos, catalanes, canarios, y de otras naciones amigas de España, llegaron a establecerse.  Es muy probable que nuestra cuadrícula se haya nutrido precisamente de la experiencia de aquellos que hicieron de Guayama su lugar de convivencia.

        De ahí, es que podemos establecer que la relación con la cultura europea nos trajo la magnífica arquitectura de muchas estructuras en la ciudad y que hoy día permanece con nosotros.  Elementos neoclásicos, así como neogóticos son los que perduran en muchas de estas edificaciones.  Como si fuera poco, esa arquitectura tradicional importada de Europa, se combina con una arquitectura propiamente criolla, es decir, local, que hacen de muchas de esas estructuras agradables a la vista.  Tenemos que imaginarnos a los constructores guayameses (los de pueblo) de aquellos siglos XIX y XX que hacían las veces de arquitectos e ingenieros, ingeniándoselas construyendo estructuras que resaltarían a la vista y que fuese de buen gusto.      

        De aquella experiencia es que se fueron desarrollando en Guayama una cultura urbanística única en todo Puerto Rico.  Esa cultura en el entorno urbano, se desarrolló precisamente en la interacción de los actores principales en todo ese conjunto: estos son la gente.  En esa cuadrícula única en Puerto Rico convivieron obreros, artesanos, militares, comerciantes, profesionales, funcionarios municipales y del estado, que fueron conformando y ocupando los ejidos municipales en este espacio urbano.  Las grandes casas comerciales, tanto de finales del siglo XIX, como las establecidas en las primeras décadas del siglo XX, así como pequeños y medianos comercios, las escuelas públicas y privadas, la burocracia gubernamental, y los profesionales como los contables, los abogados, los médicos, entre otros, fueron dejando sus huellas en la misma.  De igual forma, los habitantes, a los que en varias décadas de legislación local municipal se les fueron adjudicando los ejidos municipales, fueron moldeando sus estructuras de acuerdo al tiempo y los estilos arquitectónicos prevalecientes.  Por eso se ve tanta diversidad en los estilos aquí en Guayama.  Hay que recordar las gestas históricas que se dieron en aquella cuadrícula y que hoy recogemos en nuestra historia.  Gestas históricas como las huelgas obreras, las asambleas políticas de los partidos políticos de finales del siglo XIX y principios del XX, los días de reclusión de Muñoz Rivera y otros en las cárceles municipales en los tiempos de los compontes, entre otros eventos que se recuerdan en esa cuadrícula y que son parte de la memoria colectiva de esta ciudad.  Contamos en esa cuadrícula con edificios más que centenarios y que se preservan muchos de estos en su estado original, o muchos han tenido que ser alterados con el pasar del tiempo, pero que, en esencia, mantienen la elegancia de entonces.  Casas que podemos identificar si pertenecía a un obrero, o de algún comerciante, o de un profesional privado o de gobierno.  A esto debemos añadirle los edificios que fueron dedicados a teatros que abundaban en la ciudad como lo fueron el Bernardini, Campoamor, el Primavera y el antes Calimano hoy Teatro Guayama, así como los edificios que albergaron en su momento algunas casas comerciales que le dieron vida económica y social a esta ciudad.

        Los tiempos cambian, al igual que las generaciones desaparecen y son sustituidas por las nuevas y así sucesivamente completando un ciclo histórico.  No obstante, la riqueza arquitectónica de Guayama, a pesar de los cambios generacionales, ha permanecido casi intacta.  Excepto en la cuadrícula, como mencioné antes, en el cuadrante este de la ciudad, que rompió el patrón hacia la década del 50 del siglo pasado, es ejemplo de que las generaciones han reconocido la importancia que tiene para el paisaje y la historia el preservar estos edificios para el disfrute de las siguientes generaciones.

        En el 1955, al establecerse mediante ley el Instituto de Cultura Puertorriqueña, la Asamblea Legislativa de Puerto Rico encomendó a dicha entidad, el iniciar un proyecto de rescate, preservación y conservación de estructuras y monumentos considerados históricos, y, de paso, la conservación de zonas de gran valor cultural e histórico en nuestra Isla.  De hecho, hacia el año 1949, la Asamblea Legislativa había aprobado la Ley 374 del 14 de mayo de 1949,[9] donde encomendó a la Junta de Planificación el adoptar el concepto de Zonas Antiguas o Históricas con el propósito de conservarlas y preservarlas para el bien común de la ciudadanía.

        Aquella política pública dispuesto en la Ley 374, ha rendido frutos en la designación de lugares y zonas consideradas como históricas.  Los primeros esfuerzos se dieron en San Juan; posteriormente, municipios como Manatí y Ponce; y hace treinta años la de Guayama, declarándose como tal su Zona Histórica el 10 de julio de 1992.  La Junta de Planificación con la asesoría del Instituto de Cultura Puertorriqueña, adoptó la Resolución JP- H- 4, que declaró la Zona Histórica de Guayama, siendo hoy la Zona Histórica de mayor cobertura entre las designadas en la Isla.[10]  Esto tuvo un propósito.  Y es el ambiente en que se desarrolló nuestra arquitectura y por el rico valor histórico y cultural que tiene la zona para nuestro patrimonio.

        La Junta de Planificación definió en la Resolución antes mencionada, los propósitos que habrían de regir el mismo.  Entre estos destaca el documento, el deber de:

Proteger, mejorar y perpetuar aquellos sitios o zonas históricas que representen o reflejan la historia social, económica, política o arquitectónica…[11]

 

            Además, de:

 

Proteger los sitios o zonas históricas para el desarrollo cultural y del turismo, el disfrute y bienestar de la comunidad y para la investigación y educación.[12]

       Ciertamente, desde el punto de vista histórico y arquitectónico, la Zona Histórica de Guayama cumple con todos los criterios especificados por la Junta de Planificación a tenor con la Ley 374 de 14 de mayo de 1949.  La actividad humana y su impacto en la zona siempre se han dejado sentir por generaciones.  De acuerdo a la Ley 374 de 14 de mayo de 1949, se define una Zona Histórica como aquella dentro de la cual los edificios, estructuras, pertenencias y lugares son de básica y vital importancia para el desarrollo cultural y del turismo, por la asociación de los mismos con la historia; por su peculiar estilo colonial español, incluyendo color, forma y detalles arquitectónicos.[13]

        En Puerto Rico, afortunadamente, contamos con esa ley antes mencionada desde 1949.  Sin embargo, años más tarde, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencias y Cultura conocida como UNESCO, ha reconocido en múltiples instancias desde 1954, la importancia que tiene para la humanidad la preservación de los bienes culturales y patrimoniales de un pueblo.  Dentro de la definición de bienes culturales que nos brinda la UNESCO desde ese año, cabe destacar que son aquellos que satisface las necesidades culturales inherentes a los seres humanos, sean esta necesidad de conocimiento, deseo de belleza, entre otras expresiones que anima al ser humano a sentir y a estar en comunión con aquello que le rodea, según nos señala en la Introducción de la Agenda Cultural 2016: Los bienes culturales y paisajísticos de Puerto Rico. [14]  La preservación del patrimonio histórico edificado es parte de la memoria histórica de un pueblo.[15]  De ahí, es que reside la importancia de mantener y proteger nuestro patrimonio histórico- edificado que representa nuestra cuadrícula perfecta en esta ciudad de Guayama.

        En efecto, la Asamblea Municipal de Guayama, había reconocido en la Ordenanza Municipal Número 41 del 29 de abril de 1988, la necesidad de “… defender, proteger, conservar y valorizar nuestro patrimonio cultural, de manera que, las generaciones presente y futuras y satisfechas por el legado cultural conservado y heredado por las generaciones pasadas.”[16]  En esa misma Ordenanza Número 41 de la Asamblea Municipal de Guayama, establece la necesidad de evitar que los “… actos depredatorios dañen y disminuyan nuestros valores culturales, arqueológicos, arquitectónicos, artísticos… que son parte importante para nuestra identidad y personalidad histórica como pueblo.”[17]

        Esta expresión contenida en la Ordenanza 41 de 29 de abril de 1988, de la Asamblea Municipal de Guayama, es el reflejo de lo que debe ser nuestra lucha por preservar nuestros bienes culturales como parte del entorno que representa esa cuadrícula guayamesa.

        Esta ciudad se ha representado a lo largo de sus 286 años de historia, parte de ellos a través de esa cuadrícula.  Sus 2,386[18] edificaciones, en diferentes estilos, tamaños, colores, entre otras facetas que dan una ambientación diferente a la ciudad, hacen de nuestra cuadrícula perfecta la más admirada y apreciada tanto en Puerto Rico como fuera también.  Aquellos que visitan nuestra ciudad, la encuentran encantadora, digna de emular por otras ciudades.  A través de ella, nos podemos reflejar como pueblo en valores y dignidades propias de ciudad.  Es creación de generaciones anteriores a la nuestra y corresponde a nosotros luchar por su conservación como lo hacen ciudades y países europeos, como, por ejemplo, en Italia que manifiesta un celo particular por lo que representa la historia de su región mediterránea.  Allá se manifiesta un vínculo particular con su historia y lo que representa ese pasado para aquella nación.  Sus bienes culturales, ambientales, paisajísticos y otros, son parte indispensables que se mueve y genera una economía teniendo esos espacios como elementos indispensables en su ambientación.

        Desde el punto de vista de la historia, y como historiador concentrado hasta ahora en temas históricos de esta ciudad, puedo decirles que tenemos un gran reto, pero a la misma vez, una oportunidad para demostrar nuestras capacidades como pueblo en la preservación de estos espacios históricos- culturales, que debemos aprovechar al máximo y generar una economía propia. 

        Es por ello, que los administradores municipales de hace 185 años, los de hace exactamente 45 años y los de hace 30 años, demostraron la capacidad y entereza necesaria para mantener lo que hoy día disfrutamos en esta cuadrícula perfecta, que es patrimonio y bien cultural de esta ciudad, como lo define la UNESCO.  Nuestra Zona Histórica tiene los espacios arquitectónicos más hermosos de todo Puerto Rico y diría también de todo el Caribe; tenemos el trazado urbano más perfecto de todo Puerto Rico y el Caribe; tenemos la historia, costumbres y tradiciones siendo una de las más ricas de todo Puerto Rico y el Caribe; toca a instituciones como esta el promover la educación a la comunidad sobre el rico patrimonio y bien cultural que posee esta cuadrícula perfecta representada en su Zona Histórica.

 

 Referencias:                                                                                  


[1] Luis Felipe Dessús, El álbum de Guayama. (San Juan, Puerto Rico: Tipografía Cantero Fernández y Cía, 1918), p. 17.

[2] Thomas S. Marvel y María Luisa Moreno, La arquitectura de templos parroquiales en Puerto Rico. 2da edición. (San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1994), p. 98.

[3] Ibid.

[4] Alexis O. Tirado Rivera, Historia de una ciudad: Guayama, 1898- 1930. (Caguas, Puerto Rico: Ediciones Bayoán, 2014), p. 11.

[5] “Los orígenes del modelo urbano en Hispanoamérica.” Agenda Cultural 2017: Los bienes culturales y ambientales de Puerto Rico. (Caguas, Puerto Rico: Ediciones Bayoán Arte y Cultura, 2017), s.p.

[6] Marvel, op. cit., p. 31.

[7] Ibid., p. 32.

[8] Ibid.

[9] Véase el Proyecto del Senado 509 del 25 de marzo de 1949; proyecto de ley que se convirtió en la Ley 374 del 14 de mayo de 1949.  En: Actas del Senado de Puerto Rico, 1949.  Disponible en la Biblioteca Legislativa de la Asamblea Legislativa de Puerto Rico.

[10] Resolución JP- H- 4 de la Junta de Planificación de Puerto Rico del 10 de julio de 1992.

[11] Ibid, p. 1.

[12] Ibid.

[13] Ley 374 de 14 de mayo de 1949, op. cit., p. 3.

[14] Agenda Cultural 2016: Los bienes culturales y paisajísticos de Puerto Rico. (Caguas, Puerto Rico: Ediciones Bayoán Arte y Cultura, 2016), s.p.

[15] Ibid.

[16] Asamblea Municipal de Guayama. “Ordenanza Municipal Número 41”, del 29 de abril de 1988, p. 1.

[17] Ibid.

[18] “Llenos de historia 5,387 edificaciones.” El Nuevo Día, 2 de junio de 2003, p. 18.